jueves, 1 de septiembre de 2011

El reformazo, en todas sus mentiras

El reformazo 
de las diez mentiras

                                                  La reforma que el tándem PP$OE pretende imponer –o mejor: perpetrar– de espaldas a la ciudadanía se está tratando de vender desde los falsimedia habituales como una medida necesaria para salir de la crisis. Apoyadas sobre los más rancios, ineficaces y aberrantes lugares comunes del credo neocapitalista, las mentiras han comenzado a asomar en los telediarios, las tertulias y las columnas.
 
Helas aquí, desmenuzadas:

Mentira nº 1:  
«La reforma es procedente y correcta»
Falso. A pesar de lo desfasada que puede resultar una Constitución con más de tres décadas, nunca hasta hoy se había decidido atacar su reforma (a excepción de la necesaria inclusión del voto extranjero en las municipales, que se aprobó en 1992 por unanimidad). No tiene sentido acometer ahora esa tarea, en pleno verano, con prisa y de espaldas al pueblo. Y menos aún, con un Gobierno y un Parlamento prácticamente en funciones. Por otra parte, el principio de estabilidad presupuestaria que se pretende consagrar –al menos, en teoría– ha demostrado ya con numerosos fracasos su absoluta ineficacia para reactivar la economía.

Mentira nº 2:  
«Se trata de una reforma ajustada a derecho, 
legitimada por el consenso de las dos principales fuerzas políticas»
Falso, o al menos, más que cuestionable. Que la reforma sea legal no implica que sea legítima, dado que los diputados que la promueven no fueron elegidos para realizar tareas constituyentes. Por otra parte, un consenso que únicamente alcanza a dos de las fuerzas políticas que componen el arco parlamentario no puede, en rigor, llamarse consenso.

Mentira nº 3: 
«No se trata de una modificación ‘esencial’, 
al no afectar a los capítulos enumerados en el artículo 168, 
por lo que no precisa del refrendo popular»
Rotundamente falso. El techo al déficit –estructural– y, sobre todo, la concesión de «prioridad absoluta» al pago de la deuda limitan gravemente el margen de maniobra del Estado y atacan el principio de soberanía recogido en el artículo 1, por lo que la consulta a la ciudadanía debería ser preceptiva.
  
Mentira nº 4:  
«La reforma trata de garantizar la sostenibilidad económica y social de nuestro país». 
Falso, y además, patético. La ridícula pretensión que se esgrime en la exposición de motivos de la propuesta no es más que una concatenación de palabras huecas. El nuevo artículo 135 conculca el principio de función pública de la riqueza al que se refiere el artículo 128, según el cual «toda la riqueza del país (…) está subordinada al interés general». Dicho interés general se menoscaba sin pudor en favor del interés de los acreedores. Por otra parte, en ese mismo artículo «se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica», iniciativa que quedaría, de prosperar la reforma, seriamente comprometida.

Mentira nº 5: 
«La reforma no afectará al principio de solidaridad entre territorios».
 Falso. O, al menos, no está demostrado que sea cierto. Al vincular el déficit estructural al producto interior bruto de las diferentes Comunidades Autónomas, no se garantiza en absoluto el cumplimiento de dicho principio, consagrado en los artículos 2 y138. Amenos que la futura Ley Orgánica establezca algún mecanismo efectivo de compensación, la brecha entre Comunidades no hará sino aumentar.
  
Mentira nº 6:  
«La estabilidad presupuestaria es un instrumento imprescindible 
para lograr la consolidación fiscal con Europa». 
 Falso y capcioso. La consolidación fiscal con Europa no existe. España está a la cola del Viejo Continente en lo que a presión fiscal se refiere y ocupa el último lugar de la Europa de los 15 en cuanto a sistemas de protección social: tanto el indicador de esfuerzo (gasto social en porcentaje del PIB) como el indicador de intensidad (gasto social por habitante) nos sitúan muy por debajo de la media europea. Más concretamente, al final de la fila.

Mentira nº 7:  
«La reforma trata de racionalizar el gasto desenfrenado». 
Sibilinamente falso. Lo que limita el nuevo artículo 135 no es el déficit a secas, sino el déficit estructural, una magnitud mucho más compleja que se presta a todo tipo de manipulaciones y cuyo método de cálculo no se conocerá hasta que no se disponga del texto de la futura Ley Orgánica. Además, el techo del déficit estructural podrá superarse «en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria» y no comenzará a aplicarse hasta 2020. En la práctica, los límites que se establezcan se cebarán sobre todo en el gasto social, dado que, a partir de ahora, la «prioridad absoluta» será el pago de la deuda.

Mentira nº 8:  
«La reforma aumentará nuestra solvencia, cara a los mercados». 
Falso y torticero. Para alcanzar el tan cacareado equilibrio presupuestario, el Estado se verá obligado a seguir con la absurda y temeraria política de liquidación de activos públicos –nuestros; de todos–. Como todo el mundo sabe, la solvencia a la hora de pedir préstamos viene dada por el valor de las propiedades que se poseen; los bancos no prestan a quien no tiene, y prestan más y más ventajosamente a quien más tiene. Las privatizaciones no son más que parches para hacer caja, pero a la larga nos empobrecen aún más. Como consecuencia, los intereses serán cada vez más altos, y la población se verá obligada a pagar –otra vez– por los servicios que antes eran gratuitos, lo que seguirá reduciendo el consumo y, por tanto, los ingresos. Es un círculo vicioso que condena a la mayor parte de la ciudadanía a la miseria por imperativo constitucional.

Mentira nº 9:  
«Cuantificar el nivel de endeudamiento en relación al PIB 
es un indicador válido para medir la salud de una economía». 
Radicalmente falso. Aunque esté generalmente admitida en Europa por los gurús de la economía neocapitalista, la ratio deuda/PIB es poco reveladora y en absoluto científica. En primer lugar, porque la capacidad para endeudarse radica en la capacidad para devolver los préstamos. Es evidente que dos países con idéntica ratio pueden tener enormes diferencias en su PIB, por lo que su facilidad para afrontar el pago de sus emisiones no puede ser la misma. En segundo lugar, porque esa proporción está comparando una magnitud puntual perfectamente delimitada en el tiempo (la producción total de bienes y servicios de un país durante un año, o PIB) con otra que representa pagos escalonados de intereses y amortizaciones que se refieren a obligaciones contraídas en ejercicios anteriores. Podría arrojar algo de luz sobre la situación financiera de un Estado el cociente de dividir el total de sus emisiones de deuda durante un año entre su PIB de ese mismo año. Pero incluir en el cálculo los compromisos adquiridos en años anteriores sirve para poco más que para hacer una previsión de tesorería; a la hora de establecer un diagnóstico contable, es mezclar churras con merinas.
  
Mentira nº 10:  
«La medida adoptada con la reforma constitucional es la única forma 
de calmar a los mercados y evitar un rescate». 
Falso y manipulador. Hay otras vías para escapar de este cenagal. Todas ellas pasan por una ruptura más o menos radical con el sistema capitalista, y también todas ellas están siendo silenciadas de manera sistemática por los medios de desinformación, a sueldo de esos mismos mercados. Como ejemplo paradigmático, tenemos el caso de Islandia, cuya deuda llegó a suponer un 900% de su PIB, lo que llevó a este pequeño Estado a la bancarrota. Lejos de plegarse a las exigencias del BCE y el FMI, la ciudadanía islandesa decidió plantarse y se negó a pagar con dinero público los desmanes de los principales bancos del país, cuya privatización había permitido y propiciado su crisis. Además, el pueblo soberano ha puesto nombre y apellidos a esos mercados para perseguirlos penalmente y llevarlos ante la Justicia. A pesar de las amenazas de Holanda y el Reino Unido y de no contar con un ejército propio, Islandia ha comenzado a ver la luz. Y al amparo de esa luz, ha decidido redactar una nueva Constitución hecha desde abajo, con la participación de los y las ciudadanas. Toda una hazaña que, por supuesto, los poderosos se empeñan en silenciar para que no cunda el ejemplo. 

Pero ¿y si cundiera aquí?



(Tomado de Redkite)

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