lunes, 22 de agosto de 2011

LA ESTRATEGIA DEL LENGUAJE


Debemos estar atentos a la invasión de los amos en el cuerpo del lenguaje, sería un error fatal olvidar cuál fue la estrategia de los antiilustrados en España,

"(...)Pues, en efecto, no solo nos interesará el uso que los primeros ilustrados hicieron de unas determinadas palabras, sino también el que hicieron de ellas los representantes de la mentalidad antiilustrada, que desde muy pronto dejó oír su voz. Por lo que hoy conocemos puede ya adelantarse que esta facción, más que cultivar un vocabulario propio, practicó una doble estrategia consistente, unas veces, en apropiarse del léxico de sus oponentes, y otras, en someterlo a un proceso de deformación, mistificación o, en ocasiones ridiculización de su sentido."
(Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en España, Pedro Álvarez de Miranda, BRAE)

Tenemos que devolver al lenguaje su lugar en el mundo, desenmascarando a aquellos que prostituyen las palabras, arrogándose el derecho de ser los amos.
Incluso a los niños de 12 años se les explica que muchas veces lo que una persona dice no es lo que literalmente dice, sino lo que se deja entrever a través de sus palabras. Hasta en los libros de texto para niños de esa edad se les suele poner ejemplos como el siguiente: cuando un alumno le pregunta a un compañero, "¿tienes un bolígrafo azul?", no espera una respuesta de tipo "sí, tengo dos", ya que lo que realmente quería decir era "me gustaría saber si tienes un bolígrafo azul, y, en caso de que sí lo tengas, saber también si no te importa prestármelo, y si no te importa prestármelo, pues eso".
A las palabras que son manoseadas por los políticos al uso les ocurre precisamente lo mismo que a esos políticos cuando llegan al poder: comienzan a padecer de amnesia. Y tanto la palabra como el político pretenden, para no llamar la atención, que todos entremos en estado de coma. Es aquí donde empieza el trabajo, la guerra de "guerrillas", una guerra a la que debe acudir todo aquel que cumpla dos condiciones: estar vivo y hablar diariamente. Se trata de recuperar la estrategia del discurso, de la palabra como tal. Estos tiempos que vivimos hacen todavía más necesaria una recuperación de la ética a través de las palabras.
Por eso, tal vez resulte eficaz, o al menos refrescante, traducir (de la misma manera que se hizo con la pregunta "¿tienes un bolígrafo azul?") algunas de las declaraciones públicas que últimamente, y con toda crueldad, nos escupen a la cara.
Podríamos empezar con una declaración que oí a uno de esos que ahora llaman tertulianos (que, por cierto, me gustaría saber lo que cobran por soltar públicamente sus sandeces). Refiriéndose a los indignados que se manifestaban en las plazas, afirmó de forma despectiva,

"... esto demuestra el tipo de jóvenes que tenemos..."

Lo que realmente quería decir este buen señor era

"joder, creíamos que habíamos conseguido tener ya una juventud anestesiada y estúpida, y ahora resulta que piensan... que se indignan"


Otra interesante declaración ha sido la repetida de forma cansina por distintos políticos de distintos partidos los días previos a las elecciones. Era la siguiente:

"La democracia de verdad, la democracia real, es la que se ejerce yendo a emitir el voto el día de las elecciones".

Está claro que el mensaje profundo que habitaba en esa oración aparentemente vacía de significado era

"No me toquéis las narices, y seguid desfilando como borregos hacia las urnas, no vaya a ser que se ponga en entredicho de verdad el tingladillo que nos hemos montado."

Tampoco tenía desperdicio aquella declaración del Presidente del Gobierno cuando afirmó que iba a convocar a 30 presidentes y altos cargos de grandes empresas españolas para "acelerar la recuperación y aumentar la inversión". En realidad, y como todo el mundo sabe (igual que todo el mundo entiende la pregunta del bolígrafo), lo que quería de decir este buen hombre era

"Voy a recibir -en la sede de la Presidencia del Gobierno Español- a estos verdaderos dirigentes públicos para escuchar de forma obediente sus dictados de poder."


Cuando el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, pidió al Gobierno la reforma del sistema de pensiones para que la "incipiente" recuperación de la economía sea "más vigorosa y sostenible", afirmando dicha reforma es "esencial" para mandar una "señal inequívoca" a los mercados, lo que realmente quería plantear este abnegado orientador de lo público era la

progresiva reducción del sistema de pensiones hasta hacerlo casi desaparecer y, de ese modo, los bancos -ellos- podrían, también, meter mano en el pastel de las pensiones, haciendo ver al ciudadanito la inevitabilidad de acogerse a un plan privado de pensiones. De esa manera, es lógico, se mandaría una "señal inequívoca" a los mercados, es decir, a ellos mismos ("Nuestra crisis es tu botín").


Cómo no recordar aquí la expresión con la que numerosos políticos y aborregados bienpensantes han intentado descalificar a los manifestantes, a los indignados:

"son antisistema".

De verdad que esta expresión es una de las que más gracia me hace. Si está claro que

ellos -los políticos al uso y sus comportamientos- son los que han pervertido el sistema, los que han depravado las palabras bellas, como democracia, participación, libertad de expresión... son ellos realmente los que se han situado fuera del sistema real, son ellos los que han traicionado las ideas, son ellos los antisistema y, por tanto, aquellos a los que intentan anular, llamándolos de esa manera, serían los verdaderos prosistema, aquellos que buscan el significado original de las palabras que otros han prostituido
.

Cuando se hacen afirmaciones parecidas a

“La globalización es el gran fenómeno económico de nuestra era, ofrece oportunidades sin precedentes a miles de millones de personas en todo el mundo”
,

lo que se está pensando realmente es

"vamos a mover nuestros productos y nuestro dinero por donde nos salga de las narices, pero, ¡ojo!, nuestros productos -los de las grandes compañías, claro- y nuestro dinero; las personas, los productos y los derechos de otros lugares, que se queden quietecitos... que se coman... su algodón, por ejemplo."

Si escuchamos anuncios como

"El FMI y la Eurozona aprueban el rescate a Portugal, o a Grecia"
(¡qué buenas son las hermanas ursulinas!),

los seres invisibles que habitan la frase piensan

"Vamos a estrangular a esos países comportándonos como los verdaderos usureros que somos, ¡que paguen las poblaciones los desmanes de los ricos, de los banqueros, de los poderosos!, y así seguiremos haciéndonos todavía más ricos, los tendremos cogidos por... la deuda. Antes, estas virguerías solo las hacíamos con países del tercer mundo, ahora vamos a saco, vamos a crear nuevos terceros mundos."

Domingo 12 de junio. Un grupo de indignados abuchea al President Francisco Camps. Y éste replicó que no quiere

"jóvenes con capacidad de ser manipulados", sino alumnos que "tengan clara su preparación y capacidad de decidir por sí mismos."

No hace falta trabajo de interpretación. Simplemente entender que

está afirmando exactamente lo contrario de lo que dice.

Podríamos seguir y no parar nunca.  Y como escribía Almudena Grandes,

Lo que hoy se llama reformas, antes se llamaba neoliberalismo. Lo que hoy se llama flexibilidad del mercado laboral, hace muy poco se llamaba despido libre. Así, ajustes ha sustituido a privatizaciones, austeridad ha reemplazado a abandono de los servicios públicos, y credibilidad a docilidad ante las exigencias de los mercados financieros”
Sin embargo, ahora mismo corre por las calles una expresión pura y salvaje que no necesita ser traducida:

"No somos mercancía de políticos y banqueros".

Si acaso un pequeño matiz,

"No queremos seguir siendo mercancía de políticos y banqueros".


"...Menuda astucia haberme adaptado a un lenguaje del que se imaginan que nunca podré servirme sin reconocerme de su tribu. Voy a arreglarles yo su algarabía, de la que nunca entendí nada, no más que de las historias que él acarrea, como perros muertos. Mi incapacidad de absorción, mi facultad de olvido fueron subestimadas por ellos.

(El Innombrable, Samuel Beckett)

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